Boda y demagogia
Las bodas de famosos siempre atraen a la prensa sensacionalista y a las revistas del corazón, pero esta vez el fastuoso festejo de matrimonio del próximo Coordinador General de Política y Gobierno de la Presidencia de la República, César Yáñez, impactó a todos por igual.

Pocas veces habíamos visto un acto de incongruencia política y personal tan flagrante como fue la boda del colaborador más cercano a López Obrador en los últimos doce años.

El vocero de la opción preferencial por los pobres en la política mexicana, se despachó con un fiestón de superlujo que pone en evidencia la falsedad de su prédica: el desdén por los bienes materiales.

Aboyó la aureola de austeridad republicana que su jefe pretende para sí y los suyos.

Cualquier persona tiene derecho a hacer de su boda lo que le venga en gana, traer bloques de hielo de la Antártida o tulipanes de Holanda, si puede.

Lo que no se vale es la demagogia de decirnos que son pobres, que están con los pobres y que con ellos los pobres llegan al poder.

Como se sabe, la fiesta del enlace matrimonial de Yáñez se celebró en el salón principal del Centro de Convenciones William O. Jenkins de la capital poblana, donde la pista de baile fue pintada a mano, de acuerdo con el sitio oficial JalilDib, empresa que organizó el evento.

La sesión fotográfica se realizó en el Hotel Rosewood, donde la habitación tiene un costo superior a los cinco mil pesos la noche.

La novia fue maquillada por Víctor Guadarrama, que es también el maquillista de la tan criticada –por la izquierda– Angélica Rivera de Peña. Y fue vestida por el diseñador Benito Santos, quien también se ha encargado de los atuendos de la primera dama en ocasiones especiales.

¿Algo que criticar?

Nada, salvo la demagogia de acusar a los demás de vivir con lujos en un país de carencias.

Ellos hacen lo mismo, a lo grande. Y eso que todavía no llegan al poder.

El menú de la fiesta incluyó, como primer plato, cola de langosta servida con escamoles.

También hubo espárragos y camarones, presentados en el menú como “fresco y delicioso platillo, una ensalada original con un delicado y fresco aderezo de miel mostaza”.

¿Langosta y camarones en el primer plato? Bueno, no importa. Sigamos.

Como segundo, bisque de langosta, el “clásico platillo francés, deliciosa sopa cremosa hecha a base de los jugos y fragancias de la langosta”.

¿Otra vez langosta, en una misma cena? No importa, es muy su gusto.

De tercero hubo sorbete de guanábana y de menta blanca, para quitar el sabor de tanta langosta y entrar al cuarto tiempo: corte de filete a la bordelesa, “jugoso corte tipo medallón de filete de res, bañado en una salsa de reducción de vino tinto de Burdeos con tuétano de huesos y especies”.

Luego una gran variedad de postres y, para los desvelados, una tornaboda con molotes, chalupas, chilaquiles, tamales y flautas de camarón, entre otros platillos.

Dato curioso: dos veces langosta y dos veces camarón.

No cabe duda que los crustáceos serán pieza fundamental de la cuarta transformación.

Para bailar, Los Ángeles Azules tocaron en vivo.

A lo importante: el colaborador más cercano de López Obrador tiene el derecho a hacer esa y otra fiesta así de lujosas, si quiere.

Pero, por favor, no nos hablen de austeridad republicana.

No pretendan que creamos la teatralidad populista de que AMLO va con su humilde catre a vivir pobremente en Palacio Nacional.

No nos digan que “primero los pobres”.

No insulten a sus adversarios con “señoritingo”, “riquillos”, “fifís”, porque no les queda.

Nada de compararse con Juárez.

Todo eso es costosa faramalla.

Costosa porque para dar la imagen de pobres van a vender el muy útil avión presidencial y despedir al 70 por ciento (194 mil 805) de los empleados de confianza del gobierno federal, que sostienen la administración pública.

No nos digan que este país está mal por culpa de “los ricos”, cuando lo que quieren es vivir como ellos.

Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.


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