Ciencia y charlatanes
En 1996, Alan Sokal envió a la revista Social Text un artículo llamado “Rompiendo fronteras. Hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica”, que se publicó en el número de verano, aunque en realidad se trataba de un fraude. Sokal había escrito un texto lleno de barbaridades, en el querido lenguaje de los “estudios culturales”, área a la que se dedicaba dicha revista. Poco después, Sokal hizo público que se había tratado de un engaño, que lo que buscaba era demostrar que en ese tipo de disciplinas había una inmensa confusión, y se tomaba por bueno aquello que no se entendía, pero que usaba un lenguaje pretencioso. Al año siguiente, Sokal y Jean Brichmont publicaron un libro en Francia (traducido al inglés en 1998 con el título Intellectual Impostures) donde no sólo defienden el experimento de Sokal, sino que aprovechan para mostrar la impostura de intelectuales franceses de gran fama, como Lacan, Baudrillard, Latour, Deleuze y Guattari.

Ahora, un trío de investigadores estadounidenses, Helen Pluckrose, James A. Lindsay, y Peter Boghossian, han llevado a cabo un proyecto más ambicioso. Durante diez meses produjeron y enviaron a publicación 20 artículos realizados bajo la misma lógica de Sokal: demostrar que hay disciplinas que se anuncian como ciencias sociales (o humanidades) y no son sino espacios ideológicos llenos de impostura, en los que cualquier barbaridad es publicable, siempre y cuando coincida con los prejuicios y el lenguaje pretencioso. Al igual que ocurrió con Sokal, hay tres tipos de respuesta: quienes celebran que se ponga en evidencia la charlatanería, quienes creen que no hay que ser tan duro y hay que permitir esos espacios, y quienes sostienen que fue un experimento falto de ética. No tengo espacio para describirle todo el proyecto, pero puede usted verlo en Areo (areomagazine.com). A grandes rasgos, los resultados fueron: 7 papers publicados (o en prensa), 7 en proceso de aceptación, y 6 que no tuvieron éxito. De los publicados, uno incluso fue elegido como uno de los mejores en los 25 años de la revista Gender, Place, and Culture (ya lo retiraron). Los otros fueron aceptados en las revistas Fat Studies, Sexuality and Culture, Sex Roles, Hypathia, Journal of Poetry Therapy y Affilia. Cabe mencionar que publicar 7 papers en revistas de alto prestigio en la disciplina, en un año, es algo considerado excepcional. Hacerlo en cinco años sería suficiente para conseguir “tenure” (definitividad) en buena parte de las universidades estadounidenses. Aunque muchas personas creen que las llamadas ciencias naturales son difíciles, en realidad lo más complejo que enfrentamos no es ni la física ni la química, es entender el funcionamiento de los seres humanos en sociedad, y por eso avanzamos más lento en esto. Ha habido centenares de callejones sin salida en estos esfuerzos. Ideas que parecían útiles, pero han debido desecharse porque no cumplen con el elemento indispensable: no pueden demostrarse falsas. Sin embargo, muchas de esas ideas suenan bien, especialmente cuando coinciden con los sesgos ideológicos. Precisamente por ello, son ideas que resultan peligrosas: no nos encaminan al conocimiento, sino al adoctrinamiento; pueden convertirse en el respaldo intelectual de movimientos autoritarios, y cuando fallan, desprestigian a todas las ciencias sociales. Pero, como con cualquier otra actividad humana, alrededor de las ideas se construyen grupos, que cuando logran instalarse en organizaciones mayores empiezan a atraer feligreses, administrar recursos, y promoverse. Esos grupos no tardaron en reclamarle a Sokal, y ahora a Pluckrose, Lindsay y Boghossian, un comportamiento supuestamente poco ético.

Según ellos, la academia depende de la buena fe de sus participantes. No. No es así. Depende de procedimientos de revisión de lo que otros hacen. Eso es lo que está fallando. Eligen lo que les gusta, y eso puede ser cualquier cosa, pero no ciencia.

Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.


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