El triunfo arrollador de Morena el 1 de julio prácticamente barrió con el sistema político mexicano. Terminó una etapa de dos partidos y medio, que inició en 1986 con el fraude en Chihuahua, la huelga en la UNAM y la conformación de la Corriente Democratizadora del PRI, que alimentaron un proceso de liberalización que culminó en 1997 con el fin de la mayoría absoluta en el Congreso, y en 2000 con un presidente de origen distinto al PRI.
El triunfo de julio fue de tal magnitud que no ha quedado nada. PRI y PRD están prácticamente desaparecidos, y es muy posible que literalmente dejen de existir en pocos meses. Aunque Movimiento Ciudadano ha crecido de forma importante, no ha llegado siquiera al tamaño del PRD durante la etapa que acaba de terminar. Acción Nacional, que tiene presencia relevante, no ha logrado asentarse. Hoy, prácticamente todo el sistema político es Morena.
Sin embargo, Morena no es un partido político. Fue creado apenas hace cuatro años, obtuvo una presencia muy pequeña en 2015, y de pronto se tragó todo tipo de grupos y se convirtió en fuerza hegemónica. Pero eso no sirve para gobernar, y requieren estructurarse. En ese proceso, aparecen los grupos que poblarán de nuevo el sistema. Imposible saber si lograrán mantenerse unidos, especialmente conforme López Obrador, lo único que los atrae, reduce su popularidad, termina su mandato, o envejece. Ineluctablemente, así será.
Percibo ya la disputa entre grupos, y hace algunas semanas lo comentamos en la lógica de la sucesión adelantada, pero tal vez sea más fácil imaginarlo alrededor de la estructuración de las fuerzas políticas. Permítame exponerle lo que veo.
En primer lugar, está la dirigencia de Morena, encabezada por Yeidckol Polevnsky, en la que abundan quienes realmente creen que el camino de Cuba y Venezuela es atractivo. Son radicales, promotores del socialismo del siglo XXI. Además de Yeidckol, Díaz Polanco, Taibo II, destaca la figura de Martí Batres, quien es presidente del Senado. Creo que aquí también hay que considerar a personajes como Epigmenio, y a los jóvenes extranjeros que llevan las redes sociales, que fueron determinantes en el triunfo.
En segundo lugar, están los más cercanos a López Obrador, especialmente César Yáñez y Gabriel García (el coordinador de coordinadores estatales). La política nacional correrá a través de ellos, y no de la Secretaría de Gobernación, y por ello fue tan grave el error de Yáñez con su boda.
En tercer lugar, ubicaría a Marcelo Ebrard, quien no sólo será canciller, sino que a través de Mario Delgado, presidente de la Junta de Coordinación Política de Cámara de Diputados, tiene una presencia relevante en la política nacional.
Cuarto, Ricardo Monreal, que como el equivalente de Delgado en Senadores, tiene un papel relevante que le permite no sólo mantenerse en medios, y tener impacto real, sino además convertirse en un polo de atracción para quienes no caben en los tres grupos anteriores, que son muchos.
Finalmente, está Claudia Sheinbaum, que como jefa de gobierno tiene su propio espacio, pero que parece haber establecido ya una alianza rumbo a 2024. Es notoria la presencia en su gobierno de jóvenes de Democracia Deliberada, un grupo que ha tratado de darle sustento ideológico a López Obrador desde hace tiempo. Pero este grupo no sólo está ahí, sino en el gabinete federal mismo: Gerardo Esquivel, subsecretario de egresos; Graciela Márquez, secretaria de Economía; y muy cercanos, el secretario de Sedatu, Román Meyer, y la secretaria del Trabajo, Luisa María Alcalde.
Los más cercanos a López Obrador son los grupos uno, dos y este último. Fuerza propia, hoy, creo que tienen los otros dos. AMLO se impone a todos, pero no tiene todo el poder. Esto apenas empieza.
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.
El triunfo de julio fue de tal magnitud que no ha quedado nada. PRI y PRD están prácticamente desaparecidos, y es muy posible que literalmente dejen de existir en pocos meses. Aunque Movimiento Ciudadano ha crecido de forma importante, no ha llegado siquiera al tamaño del PRD durante la etapa que acaba de terminar. Acción Nacional, que tiene presencia relevante, no ha logrado asentarse. Hoy, prácticamente todo el sistema político es Morena.
Sin embargo, Morena no es un partido político. Fue creado apenas hace cuatro años, obtuvo una presencia muy pequeña en 2015, y de pronto se tragó todo tipo de grupos y se convirtió en fuerza hegemónica. Pero eso no sirve para gobernar, y requieren estructurarse. En ese proceso, aparecen los grupos que poblarán de nuevo el sistema. Imposible saber si lograrán mantenerse unidos, especialmente conforme López Obrador, lo único que los atrae, reduce su popularidad, termina su mandato, o envejece. Ineluctablemente, así será.
Percibo ya la disputa entre grupos, y hace algunas semanas lo comentamos en la lógica de la sucesión adelantada, pero tal vez sea más fácil imaginarlo alrededor de la estructuración de las fuerzas políticas. Permítame exponerle lo que veo.
En primer lugar, está la dirigencia de Morena, encabezada por Yeidckol Polevnsky, en la que abundan quienes realmente creen que el camino de Cuba y Venezuela es atractivo. Son radicales, promotores del socialismo del siglo XXI. Además de Yeidckol, Díaz Polanco, Taibo II, destaca la figura de Martí Batres, quien es presidente del Senado. Creo que aquí también hay que considerar a personajes como Epigmenio, y a los jóvenes extranjeros que llevan las redes sociales, que fueron determinantes en el triunfo.
En segundo lugar, están los más cercanos a López Obrador, especialmente César Yáñez y Gabriel García (el coordinador de coordinadores estatales). La política nacional correrá a través de ellos, y no de la Secretaría de Gobernación, y por ello fue tan grave el error de Yáñez con su boda.
En tercer lugar, ubicaría a Marcelo Ebrard, quien no sólo será canciller, sino que a través de Mario Delgado, presidente de la Junta de Coordinación Política de Cámara de Diputados, tiene una presencia relevante en la política nacional.
Cuarto, Ricardo Monreal, que como el equivalente de Delgado en Senadores, tiene un papel relevante que le permite no sólo mantenerse en medios, y tener impacto real, sino además convertirse en un polo de atracción para quienes no caben en los tres grupos anteriores, que son muchos.
Finalmente, está Claudia Sheinbaum, que como jefa de gobierno tiene su propio espacio, pero que parece haber establecido ya una alianza rumbo a 2024. Es notoria la presencia en su gobierno de jóvenes de Democracia Deliberada, un grupo que ha tratado de darle sustento ideológico a López Obrador desde hace tiempo. Pero este grupo no sólo está ahí, sino en el gabinete federal mismo: Gerardo Esquivel, subsecretario de egresos; Graciela Márquez, secretaria de Economía; y muy cercanos, el secretario de Sedatu, Román Meyer, y la secretaria del Trabajo, Luisa María Alcalde.
Los más cercanos a López Obrador son los grupos uno, dos y este último. Fuerza propia, hoy, creo que tienen los otros dos. AMLO se impone a todos, pero no tiene todo el poder. Esto apenas empieza.
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.