Usted recordará que después de la elección, ganada con toda amplitud por López Obrador, la proporción de mexicanos que se decían felices, satisfechos, esperanzados y muchas cosas más, alcanzó 66%. Eso, de acuerdo con las encuestas levantadas a unas semanas de los comicios. Más aún, una proporción cercana a ello esperaba que los tres problemas por los que les preguntaron: económico, político y de seguridad, estuviesen resueltos en menos de un año. Entonces decíamos que no quedaba claro si un año de gobierno, o un año de las elecciones, pero no nos fijemos en ese detalle.
Lo que parece claro en este momento, a menos de seis semanas de la transmisión del Poder Ejecutivo, es que ninguno de esos problemas parece encaminado a resolverse, sino al contrario. Más bien parecen empeorar.
En el tema político, si lo que los ciudadanos consideraban un problema eran los partidos políticos, ya está resuelto. Ya no hay. Queda el PAN, que está en proceso de acomodarse, y Movimiento Ciudadano, de mucho menor tamaño. No hay nada más. Morena, como lo hemos dicho, no es un partido. No sé si logre conformarse como tal, o si la lucha intestina que ya ha iniciado lo lleve en otra dirección. Hemos comentado en otras ocasiones los distintos grupos que disputan la cercanía de AMLO, y los puestos que se van decidiendo: Ebrard, Sheinbaum, en alianza con intelectuales; la nomenklatura de Morena, incluyendo a Batres; Monreal, y los cercanos a AMLO, que aún no queda claro si conformarán un grupo aparte.
Sin una estructura de partidos, la democracia no funciona, al menos la que llamamos “liberal”. Sin un partido en el gobierno, no existe estructura para aterrizar la voluntad del líder. En suma, en lugar de tener un sistema democrático ineficiente, con una partidocracia, ahora tenemos una sola persona con todo el poder, y varios grupos a su alrededor, buscando pedazos del mismo.
En cuestión económica, los últimos datos indican un enfriamiento de la economía, que no sabemos si es transitorio. Pero los anuncios del nuevo gobierno han complicado la paridad del peso, preocupado a inversionistas (especialmente los del sector energético) y apuntan a un equipo que entrará sin tener muy claro lo que van a hacer, ni quiénes estarán a cargo. No encuentro ninguna señal que me permita pensar en una economía en mejores condiciones en 2019 de lo que hemos visto en años anteriores. Sí veo algunas que apuntan en dirección opuesta. Con todo gusto corregiré mi impresión, si alguien me ayuda a encontrar esas señales positivas que aún no veo.
En seguridad, finalmente, seguimos sin tener claro qué se hará dentro de 37 días. Afortunadamente se han nombrado ya los secretarios de Defensa y Marina, y espero que al interior de ambas instituciones hayan caído bien los nombres. El del secretario de Seguridad sigue siendo poco atractivo, por su desconocimiento del tema. Es muy posible que el nuevo gobierno ya tenga una estrategia definida y no quiera decirla. Ojalá así sea. Lo que se ha visto y escuchado no permite todavía mucha confianza.
Supongamos que, como se ha dicho, en política hemos cambiado de problema; en economía, lo estamos complicando, y en seguridad, sigamos como hasta ahora. ¿Cuánto tiempo será necesario para que los votantes pierdan el encanto por el nuevo gobierno? ¿Cómo podrá procesarse ese desencanto, sin oposición organizada? ¿Cómo podrá capotearlo AMLO, sin contar con equipos calificados, sin relevos a la mano? Vuelvo a llamar la atención al entorno internacional, que, a diferencia de los últimos 30 años, no favorece la democracia, los mercados abiertos y la resolución pacífica de conflictos.
Necesitamos pensar cómo procesar un potencial fracaso del nuevo gobierno.
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.
Lo que parece claro en este momento, a menos de seis semanas de la transmisión del Poder Ejecutivo, es que ninguno de esos problemas parece encaminado a resolverse, sino al contrario. Más bien parecen empeorar.
En el tema político, si lo que los ciudadanos consideraban un problema eran los partidos políticos, ya está resuelto. Ya no hay. Queda el PAN, que está en proceso de acomodarse, y Movimiento Ciudadano, de mucho menor tamaño. No hay nada más. Morena, como lo hemos dicho, no es un partido. No sé si logre conformarse como tal, o si la lucha intestina que ya ha iniciado lo lleve en otra dirección. Hemos comentado en otras ocasiones los distintos grupos que disputan la cercanía de AMLO, y los puestos que se van decidiendo: Ebrard, Sheinbaum, en alianza con intelectuales; la nomenklatura de Morena, incluyendo a Batres; Monreal, y los cercanos a AMLO, que aún no queda claro si conformarán un grupo aparte.
Sin una estructura de partidos, la democracia no funciona, al menos la que llamamos “liberal”. Sin un partido en el gobierno, no existe estructura para aterrizar la voluntad del líder. En suma, en lugar de tener un sistema democrático ineficiente, con una partidocracia, ahora tenemos una sola persona con todo el poder, y varios grupos a su alrededor, buscando pedazos del mismo.
En cuestión económica, los últimos datos indican un enfriamiento de la economía, que no sabemos si es transitorio. Pero los anuncios del nuevo gobierno han complicado la paridad del peso, preocupado a inversionistas (especialmente los del sector energético) y apuntan a un equipo que entrará sin tener muy claro lo que van a hacer, ni quiénes estarán a cargo. No encuentro ninguna señal que me permita pensar en una economía en mejores condiciones en 2019 de lo que hemos visto en años anteriores. Sí veo algunas que apuntan en dirección opuesta. Con todo gusto corregiré mi impresión, si alguien me ayuda a encontrar esas señales positivas que aún no veo.
En seguridad, finalmente, seguimos sin tener claro qué se hará dentro de 37 días. Afortunadamente se han nombrado ya los secretarios de Defensa y Marina, y espero que al interior de ambas instituciones hayan caído bien los nombres. El del secretario de Seguridad sigue siendo poco atractivo, por su desconocimiento del tema. Es muy posible que el nuevo gobierno ya tenga una estrategia definida y no quiera decirla. Ojalá así sea. Lo que se ha visto y escuchado no permite todavía mucha confianza.
Supongamos que, como se ha dicho, en política hemos cambiado de problema; en economía, lo estamos complicando, y en seguridad, sigamos como hasta ahora. ¿Cuánto tiempo será necesario para que los votantes pierdan el encanto por el nuevo gobierno? ¿Cómo podrá procesarse ese desencanto, sin oposición organizada? ¿Cómo podrá capotearlo AMLO, sin contar con equipos calificados, sin relevos a la mano? Vuelvo a llamar la atención al entorno internacional, que, a diferencia de los últimos 30 años, no favorece la democracia, los mercados abiertos y la resolución pacífica de conflictos.
Necesitamos pensar cómo procesar un potencial fracaso del nuevo gobierno.
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.