Paso a paso
Como usted sabe, López Obrador ha decidido que no habrá nuevo aeropuerto para la Ciudad de México. Llevó a cabo una consulta durante cuatro días para darle un cariz popular a su decisión (ya tomada), y para probar la aplicación de la democracia iliberal en México. A pesar de todas las deficiencias de ese ejercicio, la sociedad no reaccionó, sino hasta que ya era muy tarde: con el resultado. Afirma AMLO que en tres años habrá un aeropuerto alterno en Santa Lucía y se habrá remozado el AICM. Tal vez incluso Toluca. Dudo mucho que eso ocurra: no tiene dinero para hacerlo. Ni siquiera sabemos si pagará las indemnizaciones por la cancelación de la obra.

López Obrador sigue contando con el respaldo de dos terceras partes de la población, según parece. Recibe el apoyo de los políticos que hoy tienen un buen puesto gracias a él, y de los intelectuales que han apostado su futuro a un experimento más de izquierda populista en América Latina. Como ha pasado con tantos otros, seguramente obtendrán canonjías por unos años, y después irán a dar clases a universidades del primer mundo, argumentando que el fracaso de su gestión se debió a la mafia del poder, la prensa fifí y la derecha. Nada nuevo, pues.

Como hemos comentado en otras ocasiones, para entender las decisiones de López Obrador hay que reconocer que se trata de un político absoluto. Todo lo ve y entiende en términos de poder, y no guarda ningún interés ni respeto por planes, programas o políticas públicas. No tiene una imagen del resto del mundo, salvo de América Latina, pero limitada a líderes similares a él. Por eso mismo, ni el aeropuerto ni la energía ni la educación le parecen relevantes. Borrar el recuerdo de gobiernos pasados, reorganizar el corporativismo laboral sí es lo suyo, y en eso está.

Por eso, lo que vivimos hoy no es la cuarta transformación, sino el tercer fracaso. Los tres intentos de modernizar este país (reformas Borbónicas, liberales y estructurales) fueron derrotados por la movilización popular guiada por líderes ambiciosos. Celebramos dos de esas derrotas, la Independencia y la Revolución, y no dudo que en un futuro se celebre igualmente la destrucción que ahora inicia. En esos otros dos momentos hubo también líderes que sólo podían pensar en términos de poder, y por ello pasaron décadas antes de que hubiera posibilidad de construir instituciones y una economía funcional. Creo que ahora ocurrirá algo similar, aunque el futuro siempre será desconocido.

Le decía hace unos días que no podía imaginar cómo es que podríamos tener una economía exitosa en 2019. Ahora, menos. Pero sí se pueden ya ver obstáculos que no existían hace pocos días: un dólar más caro, pago de indemnizaciones por más de 100 mil millones de pesos, un mal ambiente con empresarios nacionales y extranjeros, y una tendencia al alza en las tasas de interés, que harán más difícil tener dentro de un mes un presupuesto que cuadre.

Aun sin la reducción de impuestos en frontera, las becas para jóvenes, el inicio del Tren Maya, la refinería y la ampliación de Santa Lucía, se ve muy complicado que la publicación del paquete económico sea creíble. Si sumamos todo eso, no podrán mantener el déficit bajo control y eso moverá los mercados. Los votantes, políticos e intelectuales orgánicos pueden creer en la magia, pero no los inversionistas.

Con todo, el daño económico es sustancialmente menor a la tragedia política que inicia. La consulta ha legitimado la democracia iliberal en México. Los treinta años de construcción de un país democrático y de mercado libre han terminado.

Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.


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