¿Qué tan corrompido está el deporte?
Piensa mal y acertarás, proclama uno de los dichos de la sabiduría popular que más me indigestan porque yo prefiero, por el contrario, imaginar un mundo en el que las cosas son lo que son —lo que parecen ser en un primer momento— y no la materia prima de una sospecha permanente, de una desconfianza que se disfraza, encima, de astucia porque quien pretende adivinar sistemáticamente componendas, chanchullos, contubernios, intrigas y complots en todo lo habido y por haber se ufana siempre de ir un paso por delante de los demás.

Pero, es que ni siquiera podrían ser así de verdad las cosas. Si todo fuere oscuro, si todo resultara de dudosas maniobras y enjuagues, entonces hace buen tiempo que la especie humana hubiere desaparecido de este planeta. Sobrevivimos, justamente, porque existe la bondad, porque hay individuos generosos y desinteresados perfectamente capaces de renunciar a sus intereses más inmediatos para tenderle una mano al prójimo. Nos hemos civilizado gracias a las esforzadas luchas de ciudadanos ejemplarmente valientes y hemos progresado enormemente desde los brutales tiempos de las cavernas. Fuimos bárbaros y, durante siglos enteros, perpetramos las más espantosas atrocidades con total impunidad, sin rendirle cuentas a nadie y sin siquiera afrontar condenas morales.

Es cierto que siguen aconteciendo hechos abominables en el mundo pero, al mismo tiempo, el progreso de nuestras sociedades es un hecho totalmente comprobable, como son también reales la democracia liberal, las leyes justas, los hospitales y las guarderías. Y, sí, hay corrupción. Mucha. Por eso mismo, por saberlo nosotros mismos, es que tan descontentos estamos con lo público y que tan desencantados nos encontramos con el mismísimo sistema democrático.

Y, pues sí, la codicia es también parte de lo humano. Lo curioso es que, mientras que la corrupción en el ámbito político nos aleja de las urnas —o a lo mejor no tanto, pero sí que nos aproxima al discurso de los populistas demagogos— la descomposición en el apartado del deporte no nos ahuyenta de la pantalla del televisor ni nos distancia de los estadios. Es entendible, desde luego, porque las decisiones de los Gobiernos terminan por afectarnos directamente en la vida diaria mientras que el futbol o el ciclismo son meras aficiones. Pero, caramba, si de pensar mal se trata, entonces no te las acabas, las historias de dopaje, de partidos trucados, de peleas de box amañadas y de favoritismos beneficiosos para el de casa. Y, parece ser un vicio universal: ahora mismo, en Bélgica, acaban de encarcelar a un árbitro, a tres representantes de jugadores y al antiguo abogado del RSC Anderlecht, por prácticas fraudulentas. A veces, qué remedio, sí hay que pensar mal.

revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


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