Si los ángeles gobernaran a los hombres, saldrían sobrando lo mismo las contralorías externas que las internas del gobierno.
Madison
El eje articulador de la transición a la democracia ha sido acotar el poder de la Presidencia en sus capacidades formales e informales, reales y simbólicas. El tránsito no ha sido fácil, ha sido un camino accidentado, con episodios trágicos y a veces traumáticos. Hasta hace poco existía el consenso de que México no podía ser el país de un solo hombre. La apuesta fue la de una Presidencia acotada no solo por la desconcentración del poder y el equilibrio de otros poderes, órdenes de gobierno e instituciones autónomas, sino también por la presencia de la sociedad civil organizada.
Hoy, en la antesala de la cuarta transformación, en muchos sentidos se abandona la lógica de la transición democrática para regresar a la de un poder presidencial sin contrapesos. En parte es un efecto lógico del desenlace de la elección, pero también un resultado histórico, una forma de derrota de la institucionalidad de la transición democrática, en una sociedad donde las élites económicas e intelectuales fueron incapaces de actuar y promover los valores propios de la democracia liberal. El descrédito de lo que existe nos llevó a un salto al pasado.
La democracia se compromete por la vía democrática; el mandato del 1 de julio es inobjetable. El grupo ganador y su líder no engañaron a nadie. Su proyecto fue explícito y no dejó duda de lo propuesto. Ocurre en materia de gasto social, su relación con la sociedad civil, su visión de la inseguridad, su particular idea de democracia y otros temas que ahora sorprenden: la cancelación del aeropuerto, la construcción de refinerías, el Tren Maya y muchas otras cosas en el debate público.
El mayor riesgo que advierto tiene que ver con el voluntarismo, cuando se asume que los problemas se resuelven a partir de la voluntad del líder y la buena fe de los demás. Se acabará con la corrupción porque él no es corrupto y esto compromete a los demás a actuar igual. La economía funcionará porque el líder pedirá a los empresarios que inviertan y sean responsables, sin privilegios ni componendas, y algo similar para superar la violencia y la pobreza.
La realidad, con sus miserias e injusticias, corre camino aparte. En lo individual y en lo colectivo, las cosas no son como se quisiera. Igual sucede con las personas, no son como es deseable, sino como son. Así es la condición humana y desde siempre la reflexión fundamental ha sido sobre qué organización social y política se requiere para potenciar las fortalezas y no las debilidades de la sociedad.
Creo que los arquitectos del sistema presidencial, los padres fundadores del sistema en EU no solo fueron visionarios, tuvieron presente lo opuesto del voluntarismo o providencialismo que aflora cuando el poder recae en un solo hombre. Su idea fue que los hombres no eran ángeles, sino seres gobernados por la ambición, y que para ello habría que construir un sistema de pesos y contrapesos, para evitar que el titular del Ejecutivo se volviera el monarca del país.
Culturalmente, quizá desde la misma formación de la conciencia nacional, en México hemos transitado en la espera de El Salvador, lo contrario del sistema presidencial estadunidense. El caudillismo se alimentaba de esa idea colectiva que conformó la cultura política de los mexicanos. Por eso, durante un largo período de nuestra historia reciente, la sociedad depositaba en personas y no en instituciones su esperanza y futuro.
De modo que el presidencialismo, en la adaptación mexicana, a diferencia de lo ocurrido en Estados Unidos, ha sido una lucha constante para imponer los contrapesos democráticos y para construir ciudadanía. Pero todo tiene su tiempo y a esa voluntad única que gobernó durante varios sexenios, tiempos de partido único, la dobló finalmente la economía y después la democracia. Y es que la discrecionalidad de una voluntad va contra el sentido del sistema económico. Donde lo importante son las reglas y la capacidad de las autoridades para desempeñarse en los estrechos espacios que concede el sistema económico, que es donde se ofrecen las buenas cuentas y los resultados de los países exitosos. En economía, sobre todo en tiempos de globalización, el juego que prevalece es posible que no sea el deseable, pero es el que existe. No entenderse de ello es sumamente costoso, y los errores significan pérdidas de oportunidad que toma generaciones enmendar.
La democracia como vía del empoderamiento ciudadano para evaluar a sus gobiernos hizo su parte en 2000 y 2012. Por eso, luego del resultado de la elección presidencial de este año, el Presidente electo y su equipo requieren comprender que, frente a la expectativa creada, es necesario un inteligente equilibrio entre lo que quieren y lo que la realidad dispensa. El providencialismo es un peligroso sendero que lleva a destinos indeseables. Precisamente por ello el país requiere que el sistema de contrapesos opere para contener al poder. El Congreso no podrá desempeñar tal tarea por la sólida mayoría que tiene el presidente con su partido y aliados. El Poder Judicial no puede intervenir en materia política y su tarea se limita al importantísimo ejercicio de hacer valer la legalidad y la constitucionalidad de los actos de gobierno, así como a dirimir las diferencias entre poderes y órdenes de gobierno.
Las insuficiencias de la democracia, como las que ahora mismo se exhiben, son lo que ha llevado al descrédito de muchas instituciones públicas y sociales. Es entendible que el México de hoy día encuentre en el providencialismo un cauce; sin embargo, la realidad del país y del mundo no da espacio a ello. Lo mejor es que la contención del poder venga del mismo poder institucional y no de la realidad. Queda en el nuevo gobierno entender su situación y circunstancia.
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