¿Vamos a acabar también con el ritualismo inútil?
El Estado posee una consustancial majestad. De ahí sus grandes solemnidades, sus suntuosas ceremonias y sus símbolos. Y vaya que somos un país ritualista, además, totalmente proclive a celebraciones por esto o por lo otro, crónicamente entregado a la conmemoración de efemérides de todo pelaje, dedicado a consagraciones de sucesos a los que se les atribuye una obligada significación histórica, embelesado en el reconocimiento a las personas (muy pronto, no alcanzarán ya los días del calendario para dedicarlos a alabar todas las ocupaciones habidas y por haber: hay ya hasta un tal “Día del Estudiante” en el que, desde luego, los señoritos educandos y las señoritas educandas no asisten a clases, faltaría más), crecientemente llevado a glorificar a las víctimas de turno y a levantarles monumentos (pero no a prevenir —en un primer momento— el acaecimiento de atrocidades perfectamente evitables) y, por si esto no fuera ya suficiente, sometido a las acartonadas pompas forjadas a lo largo de los años por el antiguo régimen priista.

O sea, que se nos da muy bien el tema de sacrificar la productividad de la nación en aras de escenificar, cada que toca, fastos variadamente majestuosos, numeritos que van desde lo ridículo hasta lo pasablemente grandioso. En Francia se solazan en la grandeur de la patria, desde luego, y el mismísimo Donald Trump quedó tan impresionado luego de presenciar el desfile del 14 de Julio que quiere organizar él también su propia parada militar en Washington. Lo dicho: el Estado es fundamentalmente majestuoso.

Ahora bien, nos avisan ahora de que se vienen tiempos de una austeridad republicana tan severa que el futuro presidente de la República ya no va siquiera a viajar en el avión que lleva los colores de nuestra Fuerza Aérea. Yo había pensado, más allá de cualquier consideración sobre el boato que acompaña la primerísima magistratura de la nación, que el aparato era sobre todo una oficina móvil donde el gran responsable de la Administración despachaba asuntos urgentísimos e inaplazables. Pero, no. No es así. Supongo, entonces, que se cancelarán igualmente todos los inútiles rituales que tanto nos fascinan. ¿O no?

revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.

Artículo Anterior Artículo Siguiente