Disputa por la nación: cuentos
La profunda desigualdad en México no fue la causa de la Revolución Mexicana, a pesar de los cuentos, ni el régimen surgido de ella hizo mayor cosa por resolverla. Lo que sí hizo fue crear sindicatos desde el poder, para agrupar y controlar a obreros y campesinos. Lo mismo se hizo con empresarios (en cámaras), maestros, taxistas, y cualquier grupo que pudiese definirse por su función económica. El objetivo era el control político, aunque el cuento hablase de la justicia social. Los subordinados intercambiaban su libertad política por estar dentro de un club que tenía un poquito de las rentas que se extraían a la población amplia.

Lógicamente, un sistema basado en extraer para repartir no puede durar mucho. En algún momento se acaba lo extraíble. Eso ocurrió en México en 1965, y para posponer la tragedia se contrató deuda externa. También eso terminó, en 1981, y llegó la crisis. No fue total, porque milagrosamente habíamos encontrado un manto petrolero inmenso, el segundo mayor del mundo, del que podíamos extraer ahora para seguir repartiendo, aunque fuera menos. De eso vivimos los siguientes treinta años.

En todo este tiempo mantuvimos a una proporción nada pequeña de la población fuera de los clubes. Por muchos años, no se veían. Los excluidos urbanos apenas fueron vistos por Oscar Lewis (Los Hijos de Sánchez) o Luis Buñuel (Los Olvidados). A los rurales nadie les hacía caso, hasta que empezaron a llegar a las ciudades, a fines de los sesenta. Diez años después, las ciudades ya no pudieron con el flujo y aparecieron las dos “soluciones”: la migración a Estados Unidos y la economía informal. De acuerdo con el censo de población de Estados Unidos, de 2010, hay 32 millones de mexicanos en ese país; de acuerdo con INEGI, en la informalidad tenemos otros 30 millones. No son cifras equivalentes, porque la primera incluye a toda la población, y la segunda sólo a la que está ocupada. Supongamos que los migrantes en edad de trabajar son la mitad, 16 millones.

El camino seguido por México durante el siglo XX: un régimen autoritario que controlaba a la sociedad a través de corporaciones y extraía rentas de la población, terminó expulsando a dos terceras partes de la misma. Hoy tenemos 23 millones trabajando formalmente, contra 46 millones que lo hacen, o en la informalidad, o en Estados Unidos. De estos últimos, perdimos toda la productividad, y sólo recibimos lo que envían a sus familias (que no es poco). A los primeros, los condenamos a una vida improductiva. El ingreso promedio de las personas que trabajan en la informalidad en México es de apenas 2 salarios mínimos (5 mil pesos al mes), poco más de la mitad de lo que se gana en la formalidad.

Quienes estuvieron a cargo de la última parte de ese sistema, sin embargo, han construido el cuento de que fue el neoliberalismo el causante de la tragedia. Es decir, este país era paradisiaco hasta que De la Madrid llegó a la Presidencia. Esta es una mentira inmensa, que cualquiera puede desmontar con sólo revisar unos pocos datos, los que quiera, de lo ocurrido en esos años. Es sólo hasta 1986, con el ingreso al GATT, que en México cambia la dirección de la economía. Para entonces, prácticamente todo el daño estaba hecho.

Quienes hoy forman parte de la cuarta transformación (como gustan llamarse, para reafirmar la mentira) vienen precisamente de ese grupo que terminó destruyendo la economía nacional: por eso son tan mayores de edad. Lo que buscan es regresar al régimen autoritario, controlar la sociedad por corporaciones y extraer rentas. Nada más.

Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.


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