Las informaciones son un tanto confusas: no sabemos si los pobladores de San Juan Ixhuatepec fueron realmente víctimas de brutalidad policiaca o si las fuerzas del orden, al intervenir para aprehender a cuatro delincuentes, se enfrentaron a unos vecinos que los protegían. Imaginemos, sin embargo, el peor de los escenarios: mujeres y niños intervienen en la resistencia directa a los actos de autoridad —así como han participado en los saqueos a los trenes de mercancías en las vías que cruzan Guanajuato o en la extracción clandestina del combustible que llevan los ductos de Pemex— y entonces el orden del mundo se trastoca de manera irreversible: ¿puede, un agente, utilizar la fuerza contra menores de edad y madres de familia para impedir que cometan delitos o que encubran a asaltantes? Si llega a hacerlo, ¿entonces es un individuo al que se le puede imputar una condición de salvaje represor por el mero hecho de intentar hacer valer la ley?
Lo repito, no sabemos bien a bien qué ocurrió anteanoche en San Juanico. En los tiempos de la posverdad, sin embargo, cualquier posible explicación ofrecida por el portavoz oficial de turno será desechada de un plumazo y en su lugar sonarán las airadas voces de los agraviados, los policías serán los primerísimos señalados (y acusados), los culpables no sólo serán inocentes sino que denunciarán la perpetración de colosales “arbitrariedades” y, al final, el Estado de derecho, pilar fundamental de la convivencia civilizada en nuestras sociedades, será olímpicamente despreciado, con unas consecuencias catastróficas para la nación.
Una autopista importantísima estuvo cerrada durante 20 horas; dos coches policiales fueron incendiados; los vecinos de la localidad retuvieron por la fuerza al mismísimo subsecretario de Seguridad Pública del Gobierno de Ciudad de México y esto llevó a las autoridades de la capital a liberar a cuatro jóvenes —tampoco queda claro si son los presuntos asaltantes— que habían sido detenidos en la precedente refriega (pero el funcionario policiaco siguió en manos de sus captores); hubo actos de vandalismo y pillaje…
¿En qué país estamos viviendo? ¿Nos espera un escalofriante futuro de violencia, incertidumbre y barbarie pura?
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Lo repito, no sabemos bien a bien qué ocurrió anteanoche en San Juanico. En los tiempos de la posverdad, sin embargo, cualquier posible explicación ofrecida por el portavoz oficial de turno será desechada de un plumazo y en su lugar sonarán las airadas voces de los agraviados, los policías serán los primerísimos señalados (y acusados), los culpables no sólo serán inocentes sino que denunciarán la perpetración de colosales “arbitrariedades” y, al final, el Estado de derecho, pilar fundamental de la convivencia civilizada en nuestras sociedades, será olímpicamente despreciado, con unas consecuencias catastróficas para la nación.
Una autopista importantísima estuvo cerrada durante 20 horas; dos coches policiales fueron incendiados; los vecinos de la localidad retuvieron por la fuerza al mismísimo subsecretario de Seguridad Pública del Gobierno de Ciudad de México y esto llevó a las autoridades de la capital a liberar a cuatro jóvenes —tampoco queda claro si son los presuntos asaltantes— que habían sido detenidos en la precedente refriega (pero el funcionario policiaco siguió en manos de sus captores); hubo actos de vandalismo y pillaje…
¿En qué país estamos viviendo? ¿Nos espera un escalofriante futuro de violencia, incertidumbre y barbarie pura?
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