¡Qué vergüenza, lo del pasto!
De veras que no entiendo a los propietarios del estadio Azteca. Digo, el partido de la NFL que iba a celebrarse a comienzos de la siguiente semana era algo importantísimo, ¿no? Aparte, ya se le habían invertido ingentes recursos, ya se habían vendido entradas, ya se habían reservado vuelos y cuartos de hotel, ya se había hecho publicidad, ya se habían comprometido fechas, ya había aficionados que iban a viajar desde todas las proveniencias, ya se habían firmado contratos, ya se había contado con el apoyo de los organismos oficiales que promueven el turismo hacia México, en fin.

Y, de pronto, ¿qué pasa? Pues que el pasto de la cancha no sirve. No está en mínimas condiciones siendo, además, que esa gente, la que lleva el tema del futbol americano profesional en nuestro vecino país del norte, tiene muy altos niveles de exigencias en todos los apartados.

Pero ¿por qué estaba el terreno de juego en tan catastróficas condiciones? Ah, pues muy sencillo: los patrones organizaron, hace apenas unos días, conciertos y espectáculos en los que el respetable pisoteó a sus anchas el mentado pasto, mitad real —o sea, orgánico de veras, como cualquier planta del reino vegetal— y mitad no real, es decir, sintético como el plástico legítimo, el nylon o la terlenka de mis tiempos.

¡Qué vergüenza, oigan! Tamaño compromiso, tamaña ocasión y, al final… ¡tamaño papelón! ¿Cómo queremos entonces que nos tomen en serio como país? ¿Qué posible buena reputación podríamos llegar a tener si seguimos haciendo así las cosas? ¿Cómo nos miran los aficionados de la NFL en los Estados Unidos? Pues, por lo pronto, confirman los prejuicios que tienen sobre México: se dicen que somos una nación de gente irresponsable, poco seria, incapaz de cumplir con las más elementales exigencias. ¡Ni buen pasto podemos asegurar, para un encuentro tan importante!

¿Qué diablos les pasó por la cabeza a los dueños del estadio en que se han celebrado dos finales del Mundial de Futbol? ¿No sabían nada? ¿Se imaginaron que podían salirse con la suya, que los supervisores de la NFL, venidos a inspeccionar el terreno, se iban a hacer de la vista gorda? Y, sobre todo, ¿cuánto dinero pretendieron ganar —partidos de futbol, conciertos populares, espectáculos— para que su codicia terminara siendo tan costosa? ¡Uf!

Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


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