Repitiendo errores
Hace unos días, Guillermo Sheridan compartía fragmentos del libro que escribió Luis González y González acerca del gobierno de Cárdenas, en la Historia de la Revolución Mexicana que publicó El Colegio de México. Lo hacía para señalar algunos puntos de contacto entre el general y el Presidente electo. Creo que su artículo apunta a un comportamiento que no vemos por primera vez.

Luis Echeverría, presidente de México entre 1970 y 1976, intentó siempre repetir lo que Cárdenas había hecho: corporativizar al movimiento obrero, repartir tierras, pelearse con los empresarios, enfrentar al capital extranjero, ampliar universidades, pero todo resultó, como dicen que dijo Marx, en una farsa.

El México de 1970 no era el de 1935, aunque parezca innecesario decirlo. Pero tampoco el mundo. Cuando el general Cárdenas se hizo cargo de la Presidencia, este país llevaba ya 25 años de guerra civil, a veces más violenta, a veces menos, pero todavía con asonadas militares frecuentes. A Cárdenas le toca enfrentar la última, de Cedillo, en 1938. Había muy poca industria en México, muy concentrada en ciertos sectores. Seguíamos teniendo a más de tres cuartas partes de la población en el campo. Encontrar clase media era difícil. Se podía construir un sistema autoritario, corporativo, porque las condiciones del país lo favorecían, pero también las externas.

Prácticamente todos los regímenes políticos que se construyeron en el mundo desde 1926 hasta la II Guerra Mundial fueron corporativos. Nadie andaba promoviendo democracias en ese tiempo. El comercio internacional había caído notoriamente (desde 1913), el flujo de capitales era casi nulo, no había una referencia internacional en cuestión financiera. Era un mundo de países aislados y autoritarios, pues.

Para 1970, el mundo era muy diferente: a la mitad de la Guerra Fría, las decisiones de cualquier país eran tema de los dos polos de poder. Bretton Woods estaba ya terminando, y a partir de agosto de 1971 el flujo de capitales creció de manera importante. El comercio internacional, lo mismo. Al interior del país, la población ya se había movido a las grandes ciudades, de forma desordenada; ya teníamos clase media, aunque sus ingresos fueran bajos; ya había industria relevante. El gobierno de Echeverría terminó con las tres décadas de crecimiento económico, aunque lo mantuvo artificialmente con endeudamiento externo, que provocó una devaluación importante al final de su sexenio. Tal vez el gobierno siguiente, de López Portillo, haya sido peor, en tanto que desperdició una oportunidad con el petróleo, pero ambos pueden considerarse los momentos más bajos del país: se destruyó la economía porque se privilegió el poder, la política, las promesas, el populismo.

Bueno, pues eso. Todo indica que estamos entrando a un gobierno que piensa repetir a Cárdenas (o a Echeverría), en condiciones aún más adversas. Ahora el mundo de verdad está globalizado, los flujos de capital no tienen limitación, el movimiento obrero ha prácticamente desaparecido, y la población rural va por ese camino. Lo único que parece a favor del intento autoritario es precisamente la ola antidemocrática que cubre al mundo.

La decisión del aeropuerto me parece a mí una confirmación de la decisión de privilegiar el poder por sobre todas las cosas. Es un error, porque ya no puede revertirse, so pena de perder toda autoridad. Pero si se mantiene, tiene un costo financiero muy elevado, que no es el de los contratos que se rompen, sino el de la confianza que se pierde. El bono a 10 años del gobierno pasó de 8 a 8.9% de rendimiento en el mes. De ese tamaño es el golpe.

Antes de empezar, AMLO ha avanzado ya más de la mitad del sexenio de Echeverría. Y sólo por eso, no publiqué hoy una calaverita.

Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.


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