Síndrome AMLO
La historia que voy a platicar es real. Omito los nombres pues nada agregan. No se trata sólo del caso individual, sino de una repercusión real de lo que estamos viviendo.

Veo su ceño fruncido y con un gesto de preocupación evidente. Va el abrazo. Apareció la pregunta inevitable de los últimos meses, ¿cómo ves las cosas? Estoy preocupado le dije. Improvisación, incongruencias, inexperiencia, mucha vanidad producto del triunfo aplastante, una luna de miel que no se prolongará mucho, en fin, un panorama sombrío. El rictus se acentúa.

Le platico que por razones de trabajo he andado recorriendo toda la República, hay una gran demanda de conferencias, lo cual denota tensión, las preguntas de los asistentes desnudan una preocupación muy extendida. Creo que con eso es suficiente. Lo que yo deseo es escucharlo, es parte muy importante de mi profesión. Me dice con gran seriedad, te voy a platicar una historia. Comienza su relato.

La semana pasada fui a ver a mi internista, hacía días que me sentía raro, como nervioso, como si no cupiera en mí. Mi médico de años comenzó la auscultación sin mostrar gran asombro, me pesó, me hizo las preguntas de rutina, todo normal. Hasta que me tomó la presión, lo hizo en varias ocasiones, me extrañó. Vístete y nos vemos en la oficina. Cuando entré me miró muy serio, traes la presión en el techo. Me quedé helado, no me había ocurrido. ¿Comiste mucha sal, jamones, quesos? No en particular, fue mi respuesta.

Tomó el teléfono, marcó una extensión y escuché, quihubo Salvador, oye podrías echarle un ojo a un paciente, ok, va para allá. Yo no entendía a dónde iba su relato, no somos de intimidades. Regresas después, cero margen de mi internista. Y que voy al cardiólogo, me dice. Lo mismo, auscultación, electro cardiograma, estetoscopio muy lento y cuidadoso, pero lo que sigue te va a interesar. Me mandó medicamentos y de pronto, con cierta bonhomía, el cardiólogo me dijo, la vamos a controlar. Mídasela diario, registre los cambios y si llegara a repetir el episodio, hábleme de inmediato. 90 es el límite de la diastólica, le baja. Regrese en dos semanas.

Como comprenderás me comentó, me quedé helado. ¿Qué tan grave es doctor?, le pregunté. Y curiosamente sonrió, su corazón está bien, dijo, eso me tranquilizó. Le cuento, continuó, llevo ya varios meses recibiendo pacientes, de todo tipo, empresarios, pero también empleados, trabajadores de conocidos, de todo, muchos me los remiten colegas, como en su caso, personas que no padecían de presión alta, como usted, y que ahora tienen que medicarse por lo menos hasta que se estabilicen. Por eso decidí hablarles a varios colegas cardiólogos y, qué cree, todos están igual que yo, con el consultorio atiborrado de esos casos.

Nos reunimos a desayunar para comentar el hecho y concluimos que, en el país, en la capital por lo menos, hay una gran tensión, son muchas historias personales, todas coincidentes: la gente está tensa, tiene miedo. Le cuento, me dice, ayer vino un paciente regular totalmente descontrolado y se soltó, y ahora qué hago, tengo mi patrimonio invertido en este negocio y no sé cómo nos va a ir. Estoy muy preocupado, me dijo. Ya les avisé a mis trabajadores que tendré que cancelar proyectos, que podría haber despidos, pensé que decírselos era lo más conveniente doctor.

En la reunión con mis colegas uno de ellos sugirió recomendar algún tipo de ansiolítico porque la tensión política está provocando muchos casos de presión alta en niveles peligrosos. Ahora fue mi conocido el que se desahogó contándome varios casos similares, algunos, amigos y socios que quieren sacar dinero, salirse, sea eso lo que sea, en pocas palabras, también tienen miedo. Traté de tranquilizarlo, no sé si lo logré. Poco después en la comida, comenté la historia con otro amigo. Tienes que escribirlo me dijo, ya están pasando cosas, reacciones terribles al discurso generalizado de amenaza y me platicó el caso de unos empresarios en el área de gasolinas que cancelaron una inversión fuerte en Manzanillo. Un día después vendría la escaramuza de las comisiones en la banca, el show de las divisiones internas del equipo, la caída brutal de la bolsa, la rectificación que sólo contuvo un poco el miedo, el disparo de la paridad, la "volatilidad" que es el término técnico de la desconfianza. ¿Qué desean? Detrás de cada proyecto que se cancela, de cada empresario que duda, de cada empresa que se tambalea, hay empleos y familias que sufren. La incertidumbre generada es brutalmente destructiva y autodestructiva, es suicida. ¿A qué están jugando? Ya hay responsabilidades que imputar, el NAICM la más sonora, pero sólo la primera.

Llegué al escritorio, la historia es real, saberlo es útil en lo personal y en lo social, lo que está ocurriendo no conviene a nadie. Cada punto que se cae la bolsa o sube el dólar, México se empobrece. Síganle. Me senté a escribir.

Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


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