Como espero haber mostrado claramente en los últimos días, tenemos un problema de recursos en México. Le damos poco dinero al gobierno para que cumpla con muchas obligaciones que le hemos encargado. Por eso sus servicios son de mala calidad.
Esto no es nuevo, tiene al menos 50 años. El esquema de desarrollo intentado por los ganadores de la Revolución dejó de funcionar hacia 1965. La verdad es que no era una brillante idea, porque partía de usar recursos ociosos, sin incrementar la productividad. Los recursos se agotaron hacia ese año, y por eso empezaron a crecer los conflictos sociales, y los gobiernos a experimentar soluciones cada vez más costosas, especialmente el endeudamiento. La crisis definitiva de ese sistema ocurrió en 1982.
Los intentos de recaudar más, para que el gobierno pudiera cumplir con sus obligaciones, no fueron muy exitosos. La reforma fiscal que iba a impulsar Luis Echeverría nunca se promovió. La de López Portillo (especialmente el IVA), dio algo de margen. Los intentos de Fox y Calderón no lograron apoyo del PRI, y nunca tomaron forma. La reforma más exitosa ha sido la de Peña Nieto, de la que muchos se quejan, pero logró incrementar la recaudación de 10 a 14 puntos del PIB. Gracias a eso no sufrimos una crisis brutal con la caída del precio del petróleo y el hundimiento de la producción de Pemex.
Los países que todo mundo admira tienen recaudaciones mucho mayores que la nuestra. Bueno, casi cualquiera tiene más recaudación que México. No necesariamente recaudar más es sinónimo de éxito, como lo demuestra Brasil, pero es imposible que México funcione mejor sin una recaudación mayor. Como comentamos ayer, necesitamos más o menos 9 puntos adicionales de recaudación para que entremos en una trayectoria diferente.
A mí me parecía una oportunidad excelente el inicio de este nuevo gobierno para llevar a cabo una reforma fiscal. La gran legitimidad del triunfo de López Obrador y su control casi completo del Congreso, permitían pensar en una reforma de fondo. Puesto que la reforma de Peña Nieto fue útil, había de dónde partir. Una combinación de IVA generalizado, predial bien cobrado, y tal vez ajustes en ISR (al alza), permitiría iniciar un proceso de crecimiento en recaudación que en pocos años nos diese ese margen necesario para de verdad cambiar las cosas.
Sin embargo, la nueva administración ha decidido que no va a subir impuestos. Piensan que pueden mejorar el funcionamiento del país sin hacerlo. Creo que es un error mayúsculo, sobre todo si en lugar de reducir las obligaciones del gobierno, se amplían. Han ofrecido educación gratuita incluso en nivel superior, cobertura universal de salud, y duplicar pensiones. De verdad no hay cómo hacerlo sin cobrar más impuestos. Países que se acercan a eso recaudan más del 40% del PIB, el doble de nosotros.
Aunque la corrupción es un problema mayor de este país, erradicarla no liberaría suficientes recursos, suponiendo que pudiera hacerse. Nuevamente, comparar con otros países es útil: en todos los que nos parecen exitosos, el gasto del gobierno en educación, salud y seguridad es varias veces mayor que en México.
Contra la aritmética no se puede luchar. Si se quiere dotar de educación, salud y seguridad, en cantidad y calidad adecuada, a todos los mexicanos, hay que recaudar más. Si no se quiere incrementar impuestos, entonces hay que reducir lo que el gobierno provee. Creer que pueden ofrecerse esos bienes y servicios sin contar con financiamiento mediante impuestos, es utópico, es decir, religioso, es cuestión de fe.
Y eso, precisamente, es lo que preocupaba del movimiento político que ha encabezado López Obrador: es utópico.
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.
Esto no es nuevo, tiene al menos 50 años. El esquema de desarrollo intentado por los ganadores de la Revolución dejó de funcionar hacia 1965. La verdad es que no era una brillante idea, porque partía de usar recursos ociosos, sin incrementar la productividad. Los recursos se agotaron hacia ese año, y por eso empezaron a crecer los conflictos sociales, y los gobiernos a experimentar soluciones cada vez más costosas, especialmente el endeudamiento. La crisis definitiva de ese sistema ocurrió en 1982.
Los intentos de recaudar más, para que el gobierno pudiera cumplir con sus obligaciones, no fueron muy exitosos. La reforma fiscal que iba a impulsar Luis Echeverría nunca se promovió. La de López Portillo (especialmente el IVA), dio algo de margen. Los intentos de Fox y Calderón no lograron apoyo del PRI, y nunca tomaron forma. La reforma más exitosa ha sido la de Peña Nieto, de la que muchos se quejan, pero logró incrementar la recaudación de 10 a 14 puntos del PIB. Gracias a eso no sufrimos una crisis brutal con la caída del precio del petróleo y el hundimiento de la producción de Pemex.
Los países que todo mundo admira tienen recaudaciones mucho mayores que la nuestra. Bueno, casi cualquiera tiene más recaudación que México. No necesariamente recaudar más es sinónimo de éxito, como lo demuestra Brasil, pero es imposible que México funcione mejor sin una recaudación mayor. Como comentamos ayer, necesitamos más o menos 9 puntos adicionales de recaudación para que entremos en una trayectoria diferente.
A mí me parecía una oportunidad excelente el inicio de este nuevo gobierno para llevar a cabo una reforma fiscal. La gran legitimidad del triunfo de López Obrador y su control casi completo del Congreso, permitían pensar en una reforma de fondo. Puesto que la reforma de Peña Nieto fue útil, había de dónde partir. Una combinación de IVA generalizado, predial bien cobrado, y tal vez ajustes en ISR (al alza), permitiría iniciar un proceso de crecimiento en recaudación que en pocos años nos diese ese margen necesario para de verdad cambiar las cosas.
Sin embargo, la nueva administración ha decidido que no va a subir impuestos. Piensan que pueden mejorar el funcionamiento del país sin hacerlo. Creo que es un error mayúsculo, sobre todo si en lugar de reducir las obligaciones del gobierno, se amplían. Han ofrecido educación gratuita incluso en nivel superior, cobertura universal de salud, y duplicar pensiones. De verdad no hay cómo hacerlo sin cobrar más impuestos. Países que se acercan a eso recaudan más del 40% del PIB, el doble de nosotros.
Aunque la corrupción es un problema mayor de este país, erradicarla no liberaría suficientes recursos, suponiendo que pudiera hacerse. Nuevamente, comparar con otros países es útil: en todos los que nos parecen exitosos, el gasto del gobierno en educación, salud y seguridad es varias veces mayor que en México.
Contra la aritmética no se puede luchar. Si se quiere dotar de educación, salud y seguridad, en cantidad y calidad adecuada, a todos los mexicanos, hay que recaudar más. Si no se quiere incrementar impuestos, entonces hay que reducir lo que el gobierno provee. Creer que pueden ofrecerse esos bienes y servicios sin contar con financiamiento mediante impuestos, es utópico, es decir, religioso, es cuestión de fe.
Y eso, precisamente, es lo que preocupaba del movimiento político que ha encabezado López Obrador: es utópico.
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.