Es una nueva era, la que comienza en este país: la gente está esperanzada, los consumidores exhiben una confianza que no se había visto en años enteros, las estrecheces que enfrentan los automovilistas al querer llenar su tanque de gasolina no le pasan factura al Gobierno, la decisión de cancelar la construcción del gran nuevo aeropuerto le ha complacido grandemente al pueblo bueno y sabio, la disminución del crecimiento de la economía —de los cuatro puntos cacareados a menos de dos (y, según anuncian ya algunos agoreros, a apenas un roñoso puntito porcentual)— no parece tampoco importarle demasiado a los ciudadanos (justamente los que votaron por un candidato que denunciaba el raquítico incremento que había alcanzado este sufrido país en los aciagos tiempos de los gobernantes del PRIAN), la concentración del poder en un solo partido político ni siquiera inquieta al respetable público, la militarización de los cuerpos civiles encargados de la seguridad pública no mete tampoco ruido a aquellos que denunciaban airadamente los abusos y las violaciones a los derechos humanos “perpetrados por un Ejército represor y una Marina al servicio de los intereses del capital”, el excesivo protagonismo del primer mandatario de la nación no se asocia en manera alguna al advenimiento de un régimen personalista, las voces de los militantes de Morena que expresan abiertamente sus simpatías con los regímenes dictatoriales de Cuba y Venezuela (y callan también cuando surge el tema del aspirante a sátrapa de Nicaragua) les parecen muy oportunas a los electores que tan gustosamente les ofrecieron su voto razonado, la perspectiva de que se derrumbe la inversión extranjera le importa un comino a los que serán beneficiados de becas y ayudas y estipendios y prebendas, el anunciado manejo de la propaganda gubernamental en manos de personas incondicionales y afines al nuevo partido oficial complace grandemente a los denunciantes de antiguas prácticas de “un aparato al servicio de los ricos y los poderosos”, la centralización de las decisiones sobre los recursos otorgados a las entidades federativas es algo que ni siquiera mereció la más mínima respuesta de los gobernadores…
En fin, ¡jamás hemos estado tan unidos!
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
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