¿Cuál es el objetivo?
Comprender lo que ocurre es algo muy complicado. Los seres humanos sufrimos para ello, porque nuestra percepción es muy limitada, y la “razón” aún más. Si hemos podido transformar el planeta (para bien o para mal, otro día platicamos) es porque hemos inventado prostéticos que nos ayudan a compensar nuestras limitaciones: microscopios y telescopios, instrumentos de medición, máquinas y herramientas.

Esta dificultad es aún mayor cuando lo que tratamos de entender es el funcionamiento de las sociedades. Tenemos menos instrumentos para ello, y al mismo tiempo menos “razón”, porque nos es muy difícil separar lo que vemos de lo que quisiéramos ver. Para complicar todavía más el asunto, tomar muestras de la realidad es muy costoso: hay que estar continuamente revisando la información para no quedarnos con una idea fija, anacrónica.

Entre nuestras limitaciones y el esfuerzo necesario para reducirlas, acabamos construyendo una idea del mundo que se queda con nosotros por décadas, el resto de la vida si nos descuidamos. Para la gran mayoría de las personas, esa imagen se define casi por completo en la primera juventud. Todavía entonces somos curiosos, atentos, con tiempo. Después, la vida nos exige tanto que la nueva información que recibimos la acomodamos donde quepa, o de plano la rechazamos, si es que entra en conflicto con la imagen que ya tenemos.

La importancia de la educación en este proceso es significativa. El proceso educativo no consiste sólo en transmitir herramientas a las nuevas generaciones, sino también una imagen del mundo, que se construye con la experiencia propia, pero también con creencias y evidencias de otros. Y si bien muchas pautas de comportamiento se definen en la niñez, la visión del mundo cuaja en la primera juventud.

Ayer le ofrecía datos de comportamiento de las principales economías del mundo, en las que es evidente el éxito que ha tenido México en las últimas décadas. Sin embargo, si usted ya tenía una imagen de la realidad en la que México es un fracaso, habrá descartado la información. Para ello, puede haber descalificado al FMI, o bien el uso de dólares PPP, con abundantes argumentos. De paso, habrá decidido que esta columna es fifí, neofascista, o algo parecido.

Si usted construyó una visión de México como país petrolero, imaginará que la caída en importancia del crudo, que ayer también reportaba, es producto de malas administraciones y corrupción, de forma que esto se resolverá muy rápidamente con el nuevo gobierno. Así que la colaboración del martes, donde sugería que ayudemos a Pemex a bien morir, le habrá parecido herejía. De hecho, es posible que si leyó esas columnas, ya no haya leído ésta.

Ser capaces de romper con la idea que tenemos del mundo es indispensable para construir soluciones correctas. Es muy importante recordar que más de la mitad de la solución consiste en plantear bien el problema, y éste depende precisamente de la diferencia entre lo que ocurre y lo que quisiéramos que pasara. Si alguna de estas dos referencias es errónea, el problema no puede plantearse bien, y la solución será inútil. O con un poco de mala suerte, contraproducente. En esta columna hemos insistido mucho en que éste es precisamente el fallo del nuevo gobierno: una referencia de la realidad que es profundamente errada. Ni México es un país esencialmente petrolero, ni el campo tiene problemas como los que imaginan, ni el sistema educativo será mejor regresando al adoctrinamiento revolucionario.

Pero siempre existe la posibilidad de que sea esta columna la que tiene una referencia equivocada. Si el objetivo del nuevo gobierno no es construir una economía exitosa, sino acumular todo el poder, entonces las cosas cambian. Y mucho.

Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.


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