Los escribidores que manifestamos ciertas posturas políticas merecemos una primerísima acusación: nos beneficiamos del consabido “chayote”, esto es, alguien nos paga por decir lo que decimos, por criticar a quien criticamos y por no señalar a quien, justamente, no señalamos.
Es la más inmediata de las descalificaciones que nos caen encima, aunque los mensajes que mandan los lectores suelen también estar plagados de insultos (y poco más). Lo interesante del tema es que los denunciantes parten de una suposición: quienes expresamos opiniones no lo hacemos por tener ideas propias sobre las cosas sino por sacar un provecho pecuniario o, en todo caso, por servir los oscuros intereses de terceros.
Cualquier argumentación se reduce así a un mero asunto de conveniencias personales y nuestros artículos dejan de ser una expresión del pensamiento crítico para volverse simples indicios de una militancia a sueldo. Curiosamente, en los regímenes autoritarios la prensa cumple precisamente ese papel de portavoz directo del poder sin que tengan ya cabida las opiniones de los disidentes ni que se expresen tampoco los inconformes. Ahí sí que podemos hablar de unos medios de comunicación que, amordazados en un primer momento y posteriormente sometidos en toda la regla, se dedican a ensalzar sistemáticamente al caudillo de turno y a propalar sus presuntos logros. Ya no es periodismo; es pura propaganda.
Tenemos todavía la suerte, en este país, de poder expresarnos libremente en las páginas de los diarios y la prensa nacional lleva ya decenios enteros de publicar denuncias, de realizar reportajes que involucran a funcionarios gubernamentales o empresarios corruptos y de dar voz al descontento ciudadano. Esta realidad innegable, sin embargo, pareciera no ser reconocida por los que, en su momento, se oponían a los regímenes del PRI y del PAN y que, sabiéndose representados ahora en el aparato del Estado gracias a unas elecciones que dieron un contundente triunfo a su candidato y al partido por el que votaron, quisieran no escuchar crítica alguna.
El periodismo de opinión carece de cualquier ejemplaridad y, en principio, no promueve causas ni refuerza doctrinas. Se sujeta, desde luego, a la mínima decencia requerida para promulgar lo que se percibe como verdadero.Y resulta también de las inquietudes personalísimas del articulista, algo que también parecen ignorar los acusadores. En este sentido, ¿debiéramos no externar la extrema preocupación que nos pueda provocar, por ejemplo, el bloqueo de las vías de ferrocarril en Michoacán, una acción que ha provocado pérdidas de decenas de miles millones de pesos y que afecta seriamente la economía nacional? El hecho de que formulemos la exigencia de que intervenga la fuerza pública para evitar tan descomunales afectaciones, ¿nos coloca de inmediato en el campo de los periodistas vendidos y nos hace parte de la prensa fifí? ¿No hay cosas que debiéramos señalar por parecernos desaforadamente absurdas, como la cancelación de un aeropuerto de clase mundial que era prácticamente autofinanciable, que se había ya construido hasta una tercera parte y que iba a generar miles de nuevos puestos de trabajo? ¿Hay que reembolsar con fondos públicos a los inversionistas por una obra que no se construyó?
Lo que está en juego es el futuro de este país y muchos de nosotros tememos que la destrucción de riqueza que estamos viendo en estos momentos termine por pasarnos factura a todos. Los fondos del Gobierno son fatalmente limitados y proceden única y exclusivamente de los impuestos que pagan los ciudadanos productivos. El endeudamiento es un mecanismo también utilizado para proveer las arcas del Estado pero la deuda soberana no se paga con dinero que llueve del cielo sino, de nuevo, con la plata que recauda doña Hacienda.
La mejor manera de alcanzar mayores niveles de bienestar para una población es construyendo aeropuertos, dejando que los trenes circulen libremente para que los contenedores que transportan lleguen a tiempo a su destino, utilizando los recursos de los inversores para emprender nuevos proyectos, facilitando los negocios y teniendo a un Gobierno profesional, moderno y eficaz. Decir esto no significa estar a sueldo de los “ricos y los poderosos” ni tampoco implica una defensa de las corruptelas de los regímenes anteriores. Es señalar meramente que la riqueza no se puede distribuir sin haberla creado previamente.
Vemos, sin embargo, que CFE ha cancelado un importantísimo proyecto de infraestructura en el sur de México, que se echan para atrás inversiones en el sector energético, que se apuesta por el carbón en lugar de promover la generación de electricidad en campos eólicos o en centrales solares, que muchas empresas maquiladoras se disponen a partir por la incertidumbre laboral y que a la CNTE habrá que darle 10 mil millones de pesos para que permita una mínima paz social en las regiones menos desarrolladas del país. Si seguimos así no vamos a estar mejor. Y esto, con perdón, tenemos que decirlo.
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Es la más inmediata de las descalificaciones que nos caen encima, aunque los mensajes que mandan los lectores suelen también estar plagados de insultos (y poco más). Lo interesante del tema es que los denunciantes parten de una suposición: quienes expresamos opiniones no lo hacemos por tener ideas propias sobre las cosas sino por sacar un provecho pecuniario o, en todo caso, por servir los oscuros intereses de terceros.
Cualquier argumentación se reduce así a un mero asunto de conveniencias personales y nuestros artículos dejan de ser una expresión del pensamiento crítico para volverse simples indicios de una militancia a sueldo. Curiosamente, en los regímenes autoritarios la prensa cumple precisamente ese papel de portavoz directo del poder sin que tengan ya cabida las opiniones de los disidentes ni que se expresen tampoco los inconformes. Ahí sí que podemos hablar de unos medios de comunicación que, amordazados en un primer momento y posteriormente sometidos en toda la regla, se dedican a ensalzar sistemáticamente al caudillo de turno y a propalar sus presuntos logros. Ya no es periodismo; es pura propaganda.
Tenemos todavía la suerte, en este país, de poder expresarnos libremente en las páginas de los diarios y la prensa nacional lleva ya decenios enteros de publicar denuncias, de realizar reportajes que involucran a funcionarios gubernamentales o empresarios corruptos y de dar voz al descontento ciudadano. Esta realidad innegable, sin embargo, pareciera no ser reconocida por los que, en su momento, se oponían a los regímenes del PRI y del PAN y que, sabiéndose representados ahora en el aparato del Estado gracias a unas elecciones que dieron un contundente triunfo a su candidato y al partido por el que votaron, quisieran no escuchar crítica alguna.
El periodismo de opinión carece de cualquier ejemplaridad y, en principio, no promueve causas ni refuerza doctrinas. Se sujeta, desde luego, a la mínima decencia requerida para promulgar lo que se percibe como verdadero.Y resulta también de las inquietudes personalísimas del articulista, algo que también parecen ignorar los acusadores. En este sentido, ¿debiéramos no externar la extrema preocupación que nos pueda provocar, por ejemplo, el bloqueo de las vías de ferrocarril en Michoacán, una acción que ha provocado pérdidas de decenas de miles millones de pesos y que afecta seriamente la economía nacional? El hecho de que formulemos la exigencia de que intervenga la fuerza pública para evitar tan descomunales afectaciones, ¿nos coloca de inmediato en el campo de los periodistas vendidos y nos hace parte de la prensa fifí? ¿No hay cosas que debiéramos señalar por parecernos desaforadamente absurdas, como la cancelación de un aeropuerto de clase mundial que era prácticamente autofinanciable, que se había ya construido hasta una tercera parte y que iba a generar miles de nuevos puestos de trabajo? ¿Hay que reembolsar con fondos públicos a los inversionistas por una obra que no se construyó?
Lo que está en juego es el futuro de este país y muchos de nosotros tememos que la destrucción de riqueza que estamos viendo en estos momentos termine por pasarnos factura a todos. Los fondos del Gobierno son fatalmente limitados y proceden única y exclusivamente de los impuestos que pagan los ciudadanos productivos. El endeudamiento es un mecanismo también utilizado para proveer las arcas del Estado pero la deuda soberana no se paga con dinero que llueve del cielo sino, de nuevo, con la plata que recauda doña Hacienda.
La mejor manera de alcanzar mayores niveles de bienestar para una población es construyendo aeropuertos, dejando que los trenes circulen libremente para que los contenedores que transportan lleguen a tiempo a su destino, utilizando los recursos de los inversores para emprender nuevos proyectos, facilitando los negocios y teniendo a un Gobierno profesional, moderno y eficaz. Decir esto no significa estar a sueldo de los “ricos y los poderosos” ni tampoco implica una defensa de las corruptelas de los regímenes anteriores. Es señalar meramente que la riqueza no se puede distribuir sin haberla creado previamente.
Vemos, sin embargo, que CFE ha cancelado un importantísimo proyecto de infraestructura en el sur de México, que se echan para atrás inversiones en el sector energético, que se apuesta por el carbón en lugar de promover la generación de electricidad en campos eólicos o en centrales solares, que muchas empresas maquiladoras se disponen a partir por la incertidumbre laboral y que a la CNTE habrá que darle 10 mil millones de pesos para que permita una mínima paz social en las regiones menos desarrolladas del país. Si seguimos así no vamos a estar mejor. Y esto, con perdón, tenemos que decirlo.
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.