La antihistoria: ideología de la mentira
El sábado, en todo el mundo se vio —en televisores, computadoras y teléfonos— qué realmente es el madurismo: mientras miles de venezolanos trataban de introducir ayuda humanitaria en su país desde las fronteras de Colombia y Brasil, liderados por Juan Guaidó Márquez y con el apoyo de gran parte de la comunidad internacional —la inmensa mayoría de gobiernos latinoamericanos—, en Caracas un Maduro Moros grotesco bailaba frente a los convocados para apoyarle —no diré “sus seguidores” porque muchos serían empleados públicos conminados—, despreciando así a los venezolanos —no escribo “compatriotas” porque no dudo que Maduro no los tiene— que morían o eran heridos en las fronteras por llevar ayuda humanitaria a sus hermanos necesitados.

Esa ayuda humanitaria no pudo entrar: el régimen prefirió mandar a sus represores y a “los colectivos” —sicarios armados, como “las turbas” orteguistas— para quemar la que entró, bloquear la entrada del resto, gasificar, disparar y asesinar a indefensos —crímenes inhumanos— antes que reconocer su desastre.

Pero no fue una derrota. Las mentiras acabaron: el régimen proclamó que no había crisis—pero anunció qué Rusia “ayudaría” con 300 toneladas de medicinas y alimentos (fueron 7 no más, y pagadas)—, que la ayuda internacional estaba contaminada, que su entrada encubriría una intervención militar… Toda esa ideología de la mentira fue la que fracasó, como fracasado está el régimen.

Fue, en verdad y a pesar de lo negativo, una victoria: unió más al pueblo, desnudó al oficialismo y, además, Guaidó se potenció como líder. De todo esto se enteró, en directo, el mundo entero.

El factor de desbalance de la crisis, como en 1958, hoy está en las Fuerzas Armadas: la posición final que tomen será decisoria en la solución. El viernes pasado, Rocío San Miguel, directora ejecutiva de la ONG venezolana Control Ciudadano para la Seguridad, Defensa y la Fuerza Armada Nacional, analizó las continuadas y crecientes deserciones —desde generales a simples policías, como fueron el sábado— en una entrevista para El País (“El goteo de las deserciones militares está erosionando la roca”), afirmando que ahora sí hay una alternativa real de poder «capaz de aglutinar al liderazgo opositor tras de sí. Eso no existía [y] es muy importante para los militares».

Un detalle que me fue “curioso” es cómo CNNE —que, como Caracol y TVNCh, informó ampliamente en vivo de lo que sucedía—, en pro de ser “políticamente correcto” entrevistó como analista “imparcial” a Pedro Brieger, de quien no tengo inconveniente de oír sus opiniones siempre y cuando, al menos con Venezuela, no se lo etiquete de “imparcial” porque Brieger es miembro del Consejo Consultivo del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG), un think tank de izquierda “dura” —como fue la Fundación Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS) que asesoró a Chávez, Correa y Morales, origen del partido PODEMOS y del mismo CELAG— dirigido por Alfredo Serrano Mancilla, principal asesor económico de Maduro —quien lo ha llamado “el Jesucristo de la economía”—, creador de los CLAP y, por ende, de la miseria y hambreamiento en Venezuela —también asesor de los anteriores gobiernos de Argentina y Ecuador (Correa, acusado de delitos en su país, es del Consultivo), del boliviano y, ahora, del mexicano (que Dios los guarde). Por intereses, al margen de su posición ideológica, Brieger sobre Venezuela no es un “imparcial”.

Hoy no apoyo ni espero intervención: es otro mecanismo de intimidación. La comunidad internacional tiene que seguir demostrando al pueblo venezolano que no están abandonados.


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