¡Sigamos bien contentos!
El apoyo popular al actual presidente de la República es innegable. Es más, es lo primerísimo que sus seguidores nos restriegan en la cara a quienes dudamos todavía de sus bondades. Nuestros temores de adversarios señalados —o, de plano, de enemigos declarados del gran proyecto de transformación— no son en lo absoluto compartidos por millones de mexicanos ilusionados y esperanzados en el futuro —obligadamente mejor— que comenzó a edificarse el pasado diciembre.

Es más, los tropiezos en el camino —tan evidentes para nosotros sus críticos— son tomados como la natural derivación de un pasado inmediato hecho de corruptelas y colosales desatinos. El neoliberalismo es el primerísimo culpable, desde luego, y la lista de cómplices del desastre nacional se remonta al satanizado Carlos Salinas de Gortari (al tiempo que los catastróficos sexenios de Echeverría y López Portillo parecieran no merecer mayor condena) e incluye, sin falta, a todos sus sucesores hasta llegar a ese Enrique Peña del que hay que borrar absolutamente cualquier vestigio. El inmediato antecesor de AMLO fue, curiosamente, el primero en poder destrabar las inexpugnables resistencias para modernizar por fin a este país: logró lo que nadie había conseguido en los últimos tiempos, un gran acuerdo nacional entre los principales partidos políticos —el llamado Pacto por México— pero, en fin, esto es historia pasada.

Ahora estamos en otra cosa: para empezar, hay que desmantelar la reforma educativa y luego seguir con el sistemático derribamiento de la herencia que nos dejó el maligno PRIAN. En su momento, habremos de finiquitar por consiguiente la reforma energética y mandar a su casa a todos esos inversionistas que llegaron a saquear el país. ¿Parques eólicos y complejos de energía solar? Para nada. Volveremos al carbón. Ah, y en lo que toca a la exploración y posterior explotación de los yacimientos petrolíferos en aguas profundas, pues a ver de dónde sale el dinero pero que no venga del exterior porque eso atenta contra nuestra soberanía.

Adelante, pues, con la demolición. Las reformas nunca fueron demasiado populares de todas formas. Y la gente, lo repito, está muy contenta aunque los números comiencen a no cuadrar.

revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


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