Transmisión
Ya sabe usted que los mexicanos decidieron darle todo el poder político de este país a una sola persona. Y también sabe que Morena no es un partido político, sino un frente en el que se agruparon todo tipo de personajes, con trayectorias y tradiciones políticas muy diferentes, que nunca hubieran jugado juntos si no hubiese sido por el gran atractivo que significaba el triunfo de López Obrador, que se anunciaba monumental, como lo fue.

Es menos probable que sepa usted que la cantidad de senadores y diputados que tiene la coalición de López Obrador resulta de un uso inadecuado de la ley, de un abuso. Al participar como partidos por separado, cada uno de ellos pudo sumar un margen de sobrerrepresentación que viola el espíritu de la ley. Después movieron diputados del PT y el PES a Morena para sumar 252 curules y con ello nombrar al presidente de la Junta de Coordinación Política para todo el trienio.

Tampoco es probable que haya usted evaluado con detalle el comportamiento de cada uno de los secretarios del gabinete, porque se ven poco, salvo en las conferencias mañaneras, en donde fungen como parte de la escenografía.

Por todo ello, es posible que usted no haya percibido que prácticamente nada de lo que se anuncia en esos eventos madrugadores termina por cuajar. A pesar de su amplia mayoría en el Congreso, López Obrador no logra convertir en leyes sus ideas. Y las políticas públicas son inexistentes, merced a la incompetencia del gabinete. Creo que lo único que ha estado moviéndose, y rápido, es la estructura de activistas que hicieron el censo de bienestar, promovieron desorden laboral, y están prestos a adoctrinar jóvenes aprendices.

Dicho más claramente: si usted tiene la impresión de que lo que estamos viviendo es más una campaña política permanente que un gobierno, tiene toda la razón. El Presidente promete y ofrece como si siguiese en la elección, busca pleitos con adversarios políticos del pasado, desprestigia a mansalva, pero no construye políticas públicas, ni logra modificar la legislación.

El desorden que eso produce tiene costos, sin embargo. Alrededor del buscapiés del huachicol, cerraron ductos, provocaron desabasto, murieron más de 120 personas, dejaron inservible una refinería, compraron pipas que no cumplen requisitos y redujeron notoriamente la recaudación de IEPS durante enero. Puros costos, ningún resultado.

En materia educativa, el desorden es peor. No está claro qué quitan de la reforma, aunque algo quitarán; la subversión organizada del CNTE cierra el ferrocarril; se desmantelan equipos enteros en Cultura, Conacyt, Bibliotecas, Medios. Otra vez, puros costos.

Ya no hablemos de la economía en su conjunto, en donde el desorden se ha convertido en una constante: aeropuerto, comisiones, búsqueda de financiamiento, todo acaba presionando al alza el riesgo país.

Hay un serio problema entre la voluntad presidencial y los hechos. López Obrador no logra que sus ideas se conviertan en leyes ni políticas públicas, de forma que lo único que al final tenemos es desazón, preocupaciones, una grave disonancia entre el discurso y los hechos. Uno podría pensar que esa discrepancia podría ser mejor, considerando lo errado de la visión del Presidente, pero no es así. La gran habilidad comunicacional de López Obrador, y la cobertura mediática que recibe, generan una expectativa cada vez mayor en la población, si las encuestas están en lo correcto.

Pero como nada de eso aterriza, la tensión en las bases va a crecer. Las promesas del Presidente no se convierten en hechos concretos, o peor, como ocurrió con los choferes de pipas que al final se quedaron sin nada. Las correas de transmisión del poder son determinantes, y López Obrador no las tiene, a pesar de todo.

Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.


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