Una nueva historia: no más linchamientos, por favor
Todo gobierno cuenta una historia. Una historia única, e irrepetible, que comienza cada seis años —con la declaratoria de triunfo electoral, y las decisiones que desde entonces comienzan a tomarse— y que culmina en el día que se marca como término del mandato constitucional. Una historia de triunfos, y desaciertos, que transita por la comunicación de cada día —medida por encuestas de aprobación— y que pasa sus aduanas durante las elecciones intermedias, cuando el refrendo del electorado comprobará la congruencia entre lo prometido en campaña y los resultados de gobierno. Unos resultados que, en las condiciones actuales, lisa y llanamente, no habrán de llegar. El panorama de optimismo planteado por quien fuera candidato durante tres procesos electorales dista mucho de ser lo que prometió en cada una de sus campañas: para quienes tenían puestas las expectativas de inversión en nuestro país, lo que hasta hace unos meses era certidumbre hoy no es sino desasosiego; para quienes pensaban que —con el candidato de la coalición— habrían de llegar nuevas formas de gobierno, cada conferencia mañanera es una fuente de sorpresas cotidianas.

Sorpresas cotidianas. Quienes comenzaron apoyando una candidatura —supuestamente— de izquierdas liberales, hoy han tenido que compartir posiciones con el único partido abiertamente confesional en nuestro país; quienes buscaban la consecución de una agenda progresista, hoy tienen que resignarse a que la evidencia no sea un argumento suficiente para determinar el rumbo de las políticas públicas. Quienes se quejaron del uso discrecional de los recursos del Estado, en contra de sus adversarios, hoy justifican la crucifixión que, de unos cuantos, se hace en las sempiternas conferencias mañaneras; quienes durante años se opusieron al abuso —que, del poder conferido, hacían los funcionarios públicos— hoy se esfuerzan por justificar su adherencia al nuevo gobierno con referencias al pasado. Por eso las crucifixiones a los funcionarios de los organismos autónomos. Un pasado que, por otra parte, tendríamos que haber dejado atrás, sobre todo con las cifras de aprobación del nuevo gobierno. La Gran Transformación Nacional —sea la cuarta o el numeral que decidamos asignarle— está en marcha, y es irrebatible: el grueso de la población está a favor de un cambio, misma mayoría que desprecia profundamente las formas que caracterizaron a las administraciones anteriores. El pasado es un anatema, que se explota —de las formas más vulgares— en la cancelación de obras y la siembra de sospechas sobre las autoridades involucradas: las referencias al pasado —y los linderos que sobre él se deslinden— no son sino la demarcación de un campo de batalla.

Un campo de batalla que resulta urgente para el Presidente de la República, y en el que al Presidente norteamericano le interesa plantearse, de inmediato, con tal de justificar su estrategia —y por sus propios medios— con tal de justificar los miedos que podrían llevarle a la reelección. México se ha convertido en un campo de batalla en el que se enfrentan los grandes mogules que tratan de escribir su propio lugar en la historia contemporánea, mientras que sus minions se siguen entrenando en las redes sociales. Y en esas estamos.

México ha cambiado, por completo. Todo gobierno cuenta una historia, que comienza cada seis años —y termina al final del periodo designado— y que mientras tanto tiene que adaptarse de acuerdo a los periodos que marcan las elecciones intermedias. México no es el resultado de las encuestas del día; México no es una encuesta de popularidad, sino —en los momentos actuales— el conjunto de reacciones que, ante el embate del sector más público, la reacción de quienes la ridiculizan, y tratan de derribarla, a pesar de que se hayan nutrido de sus votos.

La Cuarta Transformación Nacional está en marcha, y no hay vuelta atrás: después de la victoria abrumadora del Presidente debería quedar claro que el modelo anterior carecía de toda viabilidad en el presente. La Cuarta Transformación es —sin embargo— una historia que, si se llega a desarrollar —y contar— de manera correcta, podría marcar el cambio hacia un nuevo país; uno más preparado para hacerse cargo de las críticas, y comportarse a la altura; capaz de exigirle al Presidente que haga lo correcto. Hoy, sin duda, veremos de quién estamos hablando. #NoMásLinchamientos. Por favor.


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