¿Hacia dónde?
La inmensa popularidad que goza López Obrador, la desaparición (en términos prácticos) de la oposición organizada, la destrucción de instituciones y la creación de redes paralelas (propiamente ilegales), son una señal clara de que la democracia en México será cada día más iliberal, como ahora le dicen. Esto significa que seguiremos votando, pero con menos información confiable, sin igualdad de condiciones en la competencia, y con derechos de expresión y reunión menoscabados.

En esto no nos diferenciamos de una tendencia global que ya hemos comentado. Con variantes, es lo mismo que ocurre en Europa del Este, a manos de gobiernos cada vez más autoritarios, y avanza tanto en Estados Unidos como en Europa Occidental, con la desaparición del centro político.

Curiosamente, el comportamiento de las economías es diferente. Continúa el crecimiento, aunque sea un poco menor, y estamos iniciando una transformación tecnológica de gran alcance. Se espera que en los próximos 10 años los autos eléctricos (incluyendo híbridos) representen la mitad de los nuevos autos vendidos, y para el próximo año entra en operación el sistema 5G, que multiplicará el Internet de las cosas, la realidad virtual, la transformación de los medios de comunicación y la manufactura distribuida. Es decir, en la década de los veinte, la economía global sufrirá una transformación brutal. Todo indica que nuestro rezago tecnológico, especialmente en energía, se ampliará considerablemente.

Esta separación entre las esferas política y económica confunde a muchos, que se acostumbraron a imaginarlas unidas o, más frecuentemente, conectadas en secuencia. De hecho, muchos quieren explicar la situación política global con explicaciones económicas, con malos resultados. Me parece en que ambas esferas resultan del cambio tecnológico, pero se mueven de forma distinta. Y hoy, muy distinta.

Esta insistencia en buscar explicaciones económicas de todo lo que ocurre en la sociedad oscurece el entendimiento. Por ejemplo, queriendo encontrar razones económicas del triunfo de AMLO (que no existen, o muy marginales), o esperando ahora que sea la economía la que debilite la popularidad presidencial, y por lo mismo evite el ascenso de la democracia iliberal en México. No va a pasar.

Como esta columna ha intentado explicar en varias ocasiones, aunque hoy la economía mexicana sea débil, o incluso esté en recesión, estamos hablando de un crecimiento bajo, pero no catastrófico. El consenso apunta a un crecimiento de 1% este año, y el lunes le decíamos que, bajo ciertas circunstancias, podría ser de -1%. Nada excepcional. Además, no olvidemos que el crecimiento de los últimos 25 años, que promedia cerca de 2.5%, resulta de una región creciendo al 4% y otra al 1%. La que crece poco ni siquiera notara que hay recesión, y en ella vive más de la mitad de la población: al sur del paralelo 20. La otra, al norte de esa referencia, sin duda sufrirá mucho más, y ahí ciertamente puede caer la opinión acerca de López Obrador. Cuando eso ocurra, si hay oposición lista, podrán desarrollarse acciones políticas, pero en el marco iliberal ya mencionado.

Por lo mismo, no percibo un cambio de tendencia política que limite las acciones de AMLO. Y aquí viene el tema relevante: ¿En qué dirección guiará al país? Si, como muchos creen, su lógica es la del PRI de los años setenta, podría tener los mismos resultados de Echeverría: crecimiento escaso, con mucha variación; inflación creciente; problemas con la deuda. Sin duda costoso, pero manejable.

Si, en cambio, la destrucción institucional y la creación de redes paralelas es, como parece, receta bolivariana, entonces el escenario es bastante más peligroso.

Ahí tiene usted los escenarios, los espacios, las posibilidades y las regiones. Tome usted sus decisiones y sus precauciones.

Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.


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